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Construir organismos de poder popular

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“Lo más difícil de comprender es, indudablemente, el santo temor con que aquellos hombres se detuvieron respetuosamente en los umbrales del Banco de Francia. Fue éste, además, un error político muy grave” . (Federico Engels)  Introducción de 1891 a “La Guerra Civil en Francia”

FRANCISCO GARCÍA CEDIEL

  Dos años desde el comienzo del llamado Movimiento 15-M (la Spanish Revolution, al decir de algunos medios de prensa), son un tiempo prudencial suficiente para hacer un apresurado análisis sobre su significación, sus luces y sus sombras.
  Vaya por delante que el autor de estas líneas tiene una valoración más positiva que negativa del fenómeno, lo que supuso de movilización popular y de toma de conciencia es muy importante para cuantas personas y colectivos apostamos por la transformación de la sociedad, de tal modo que la realidad sería probablemente más dura sin lo que supuso tan importante proceso de movilización de energías.
  Por tanto, de algún modo, incluso para quienes desde la izquierda política, social y sindical se mostraron críticos con las limitaciones que adolecía tal estallido popular, el poso de dichas luchas es muy relevante en cuanto a la constatación de la capacidad potencial de lograr importantes movilizaciones en las que se cuestionen aspectos relevantes de statu quo.
  El comienzo del fenómeno tiene sus raíces sociales en la profunda crisis económica y, a consecuencia de ello, política y social, y lo que supuso y supone también ahora  no solo en cuanto a endurecimiento de las condiciones de vida de la clase trabajadora y el pueblo, sino también respecto al importante desprestigio de todas las instituciones del Estado y del sistema imperante: monarquía, bancos, congreso, gobierno, partidos, sindicatos mayoritarios…, que se revelan como lo que son, títeres al servicio del poder económico (“que no nos representan”).
  Paralelamente, la visualización de un panorama de corrupción generalizada que, no hemos de olvidar, arranca de largo tiempo atrás, y que era ocultada y ¿Por qué no decirlo?, tolerada en los periodos de bonanza económica por amplios sectores populares que se beneficiaban subjetivamente de las migajas del festín especulativo, provoca un sentimiento de indignación y rabia para quienes están sufriendo en sus carnes los devastadores efectos de la crisis (“no hay pan para tanto chorizo”).
  Hemos de advertir que tal descontento no es acompañado para muchos sectores de la población de una comprensión cabal de la corrupción como una consecuencia inherente al modo de producción capitalista (todo vale para aumentar el beneficio). A este respecto y por poner un ejemplo, Roberto Saviano  describe en su libro “Gomorra” cómo los industriales productivos del norte de Italia venden los residuos de su producción fabril a la Camorra Napolitana, que la traslada en camiones al sur arrojándola en vertederos descontrolados.
  Y por último, es muy relevante la situación de la juventud, de tal modo que se ha producido una profunda quiebra del tradicional pensamiento según el cual, si una persona joven se esfuerza trabajando y/o estudiando, puede tener una seria expectativa de vivir mejor que sus padres y abuelos; tal expresión de “capitalismo popular” ha caído por el sumidero de la dura realidad. Sobre estas bases surgió el movimiento indignado.
  Hemos de manifestar sin demora que tal estallido movilizador se produce  ante la ausencia de credibilidad de las propuestas de la izquierda política y sindical tradicional: Tributaria de su complicidad histórica con la llamada “reforma política” y de su papel como engranaje del aparato del Estado, sus propuestas se han limitado a intentar apuntalar el sistema capitalista proponiendo poco creíbles versiones de la vuelta al pasado, como las recientes apelaciones al New Deal de Roosevelt, o entrando en la lógica del poder económico pidiendo un pacto sobre competitividad (¿Hemos de competir en cuanto a ritmos de trabajo, salario y prestaciones con los trabajadores indonesios?).
  También hay que constatar que, salvo excepciones, la minúscula izquierda revolucionaria, reducida a un papel testimonial que arranca de la derrota de la Transición, no pudo o no supo impulsar la movilización con la contundencia y perspicacia que la realidad requería.
  La actitud del poder ante este fenómeno se ha reflejado en la respuesta mediática. Como siempre que surge algo que puede potencialmente cuestionar el status quo, el sistema responde intentando integrar al movimiento, para desvirtuar los aspectos incompatibles con el capitalismo, o bien ejerciendo la represión.
Parece que se está ensayando una combinación de ambos factores, y la prensa convencional se dividió, como el policía bueno y el policía malo, entre quienes, de un modo paternalista, “comprendieron” el fenómeno, y quienes piden mano dura. Hemos visto apaleamientos como el de la Plaza de Catalunya, y también propuestas parlamentarias de “transparencia”, alegaciones contra la corrupción, etc.
  Las derivadas del movimiento 15-M, en la que, ante la constatación de que el poder hacía oídos sordos a protestas masivas,  un sector pasó de la mera movilización a otras formas de acción (los llamados escraches, las “tomas” del Parlamento…), hace que el poder incremente exponencialmente la represión con el objetivo de dividir la contestación, y en paralelo, la prensa oficial (y alguna supuestamente alternativa) contribuye fielmente a tal objetivo diferenciando entre el manifestante “bueno” (no violento, que se limita a agitar los brazos a ritmo de batucada) y el antisistema violento y peligroso.
  Lo cierto es que el fenómeno 15-M, a día de hoy, está dando síntomas de agotamiento, producto en gran medida de la estrategia del poder, antes descrita, y de sus propias limitaciones en cuanto a la dificultad de encontrar vías para convertir la propuesta en trasformación (¿o deberíamos decir revolución?). A juicio de quien suscribe estas líneas, el camino emprendido solo llegará a buen puerto si se llega a la comprensión de que es en suma el sistema capitalista el enemigo a batir y que para ello es preciso construir organismos de poder popular que sustituyan sus instituciones.