Rafael Gómez Parra
Hay una novela de Concha Espina, titulada “La esfinge maragata”, donde la escritora narra la tragedia de una mujer, Florinda Salvadores, que obligada a vivir en un pobre pueblo de la Maragatería leonesa, tiene que acabar aceptando casarse por conveniencia con un hombre rico para poder comer. A Rajoy le ocurrió algo parecido con Aznar, con el que tuvo que hacer cama de conveniencia para poder seguir en la política (y si no, que se lo pregunten a Rato y Cascos, que no aceptaron el trato). Y ahora Rajoy ha aceptado una nueva unión de conveniencia con los financieros para poder llegar a presidente del Gobierno. Florinda lo hizo por necesidad, Rajoy lo hace porque le gusta, esa es la diferencia.
Mariano Rajoy es registrador de la Propiedad de Santa Pola (Alicante) desde hace veinte años, es decir durante la época de la mayor burbuja inmobiliaria en la costa alicantina, lo que le ha proporcionado unas ganancias anuales valoradas en un millón de euros, que nunca ha dejado de cobrar aprovechando esos vacíos legales que permite a los diputados españoles dedicarse a sus intereses particulares en vez de a los públicos.
No es este el peor defecto del nuevo presidente del Gobierno español que fue el encargado -como vicepresidente, ministro de Presidencia y portavoz del Gobierno de Aznar- de coordinar las medidas para hacer frente a la contaminación provocada por el hundimiento del barco “Prestige” que se hundió frente a la Costa de Finisterre en Galicia, en noviembre de 2003, y comenzó a soltar fuel oil hasta contaminar todo el litoral. La actuación de Rajoy fue el comienzo del fin del “imperio Aznar”.
Siempre fiel a sus jefes, primero Manuel Fraga y luego Aznar, Rajoy ha sido el encargado de la fontanería del Gobierno, como cuando le ordenaron arreglar los asuntos con Jordi Pujol y los nacionalistas catalanes en el momento que el PP necesitaba, en 1996, su voto en el Congreso. Se dedicó a celebrar continuas reuniones para luego no arreglar nada, pero mientras tanto el tiempo pasaba y al final llegaron las elecciones del año 2000, donde Aznar consiguió la mayoría absoluta y ya no hizo falta negociar nada más.
Recordemos también cuando el propio Aznar le mandó al Ministerio de Educación, que Esperanza Aguirre en sus tiempos de “Sara Mago” -un chiste que hizo furor entre los españoles sobre la ignorancia de la lideresa madrileña- había convertido en un caos imposible de dirigir, parecido al que ha liado ahora con la huelga de profesores de los colegios públicos. Llegó, se sentó en su despacho y aquello volvió a la rutina de siempre bajo su lema “cambiar algo para que nada cambie”. Cuando Aznar se cansó de Francisco Álvarez Cascos, su número dos y el hombre que le había llevado a la victoria en 1996 con la asesoría de Pedro J. Ramírez, se decidió por Rajoy, convencido de que no iba a poner ninguna pega a sus planes de gran autócrata.
Más gris y tenebrosa fue la actuación de Mariano Rajoy al frente del Ministerio del Interior, donde tuvo que sustituir a otro político venado, el vasco Jaime Mayor Oreja, que quería invadir con tanques el País Vasco y al que Aznar mandó a presentarse como candidato a las elecciones autonómicas de Euskadi para que comprobase lo poco que le quieren por ahí. Rajoy empezó entonces una labor sorda de represión contra todo lo vasco, que culminó en 2003 con la ilegalización de Batasuna y la criminalización de todas las organizaciones que se negaran a condenar el uso de la violencia, consiguiendo para ello el apoyo de José Luis Rodríguez Zapatero, entonces jefe de la Oposición.
El líder del PP se había convertido entonces en un títere de Aznar, al que éste usaba tanto para un roto como para descosido, prueba de ello es que en los ocho años de la legislaturas en que gobernó el “friend de Bush”, cambio de puesto en seis ocasiones: ministro de Administraciones Públicas (15 de mayo de 1996 a enero de 1999), Educación (1999 - mayo 2000), Presidencia (2000 - febrero de 2001), Interior (2001- julio de 2002), Presidencia (2002 - septiembre de 2003). La última prueba que le puso el líder a Rajoy fue el cargo de portavoz del Gobierno para explicar la Guerra de Irak, algo que volvió a hacer con la misma tranquilidad que a un general cuando manda a sus tropas a la batalla. Fue el ticket que le valió para ser designado el sucesor, comprobando así que es mas importante estar a lo que mandan que hacer política. Aznar sabía lo que hacia, dejar todo atado y bien atado.
En los ocho años que ha tenido que estar al frente de la Oposición contra Zapatero, el nuevo presidente del Gobierno español no ha perdido nunca sus referencias, incluso cuando personajes como Álvarez Cascos o Esperanza Aguirre han tratado de moverle la silla. Habría bastado una frase o un gesto de Aznar para que Rajoy hubiera sido pasto de las pirañas que querían acabar con él cuando perdió de nuevo las elecciones de 2008, pero esa decisión nunca llegó.
ADVERTENCIA PARA “Lampreator” RAJOY
José Manuel Martín Medem |
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