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MÁS PRUEBAS DE LA BARBARIE FRANQUISTA (nº 62)

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Pedro López López (Profesor de la Universidad Complutense)

  Para disgusto de sus perpetradores y no pocas veces de sus descendientes, las pruebas de la barbarie franquista se acumulan por miles. Los estudios de los historiadores más serios y el trabajo de las asociaciones memorialistas arrojan cifras espeluznantes: el número de desaparecidos sobrepasa con creces los 100.000, según diversas fuentes, lo que nos sitúa en el segundo país a la cabeza de desaparecidos, por detrás de la Camboya de Pol Pot. Las fosas comunes hasta ahora descubiertas superan las 2.300, o sea, cuarenta y pico por provincia, como media.  Es natural que medio millón de personas huyeran para escapar de la brutalidad fascista (Paul Preston, “El holocausto español. Odio y extermino en la Guerra Civil y después”, Debate, 2011), aunque miles de ellos fueron a caer en las garras de la Gestapo en la Francia ocupada. Otra de las caras del régimen es la de los miles de niños robados a las presas republicanas (Garzón recoge en sus autos unos 30.000 solo hasta 1952). Una vez adueñado del poder, el clima de terror que Franco y sus compinches establecieron en España es difícilmente parangonable con ningún otro régimen europeo, salvo el nazi (puede verse, entre otras obras, “Los años del terror. La estrategia de dominio y represión del general siete_anos__de_carcelesfranquistas.jpgFranco”, de Mirta Núñez, La Esfera de los Libros, 2004). Para los que sobrevivieron  y no pudieron escapar quedaban casi doscientos campos de concentración y un sistema carcelario a rebosar; sólo entre 1939 y 1940 se pueden contabilizar un millón de presos  (Gómez Bravo y Marco, “La obra del miedo”, Península, 2011). Presos que sufrieron horribles condiciones como producto “de una acción deliberada, planificada, estudiada para el aniquilamiento, la destrucción física y moral de los vencidos” (Mirta Núñez, 2004). Las propias autoridades franquistas reconocieron 192.684 presos muertos en sus cárceles, la mayor parte de ellos, fusilados (cifra proporcionada por Carlos Jiménez Villarejo en un artículo publicado en El País en febrero de 2011), y el resto de inanición, de enfermedades y de palizas y torturas.
  Pues bien, de este infierno carcelario pudieron sobrevivir miles de presos políticos cuyo único delito fue defender la república y/o posteriormente luchar contra un sistema abominable a los ojos de cualquier mirada decente. Y no sólo sobrevivir, sino incluso salir indemnes del aniquilamiento moral programado para ellos; o sea, salir reforzados en sus convicciones. Éste fue el caso de Raimundo Hurtado Hoyos, comunista que estuvo encarcelado de febrero de 1940 a noviembre de 1947. Su nieto Óscar Pastor Hurtado, ha editado estas memorias (“Siete años en las cárceles franquistas”. Raimundo Hurtado Hoyos. Edición de Óscar Pastor Hurtado. Madrid, Éride, 2012) con un meritorio trabajo para preparar el texto y añadirle una buena cantidad de notas para aclarar numerosas referencias a nombres, lugares, hechos, etc. que aparecen a lo largo de sus páginas. Como sabemos, la generación de los nietos es la que más ha hecho por la llamada “recuperación de la memoria histórica”; en este caso, Óscar, a la condición de nieto une la activista de derechos humanos, lo que, bajo mi punto de vista, añade un plus de sensibilidad hacia un tema tan delicado.

EVIDENCIA DE UN PLAN DE EXTERMINIO FÍSICO Y MORAL

  El valor de este libro, al igual que tantos otros testimonios de primera mano, es que muestra el plan de exterminio físico y moral perpetrado por el franquismo, el régimen más inmundo que ha dado la historia de España. Como sabemos, sus todavía defensores (¡a estas alturas!) pretenden encerrar en el marco privado estas historias, que no son unas cuantas ni unas miles, sino cientos y cientos de miles. Como muy bien dice Giulia Tamayo, investigadora de Amnistía Internacional que prologa el libro, “la barbarie desplegada por quienes, en aquel entonces, alardeaban de vocación de exterminio, no es una historia personal, pese al empeño oficial puesto por confinar al ámbito privado una tragedia colectiva”. De hecho, ésa es la estrategia seguida por la justicia española, desviar a juzgados territoriales los casos de las casi dos mil cuatrocientas  fosas comunes, tratándolos como simples asesinatos particulares, que habrían prescrito bajo ese tratamiento, desviando así la responsabilidad penal imprescriptible de los crímenes contra la humanidad. También son crímenes contra la humanidad las miles de torturas y asesinatos que se produjeron en las cárceles, los robos de niños a las presas republicanas y las condiciones que tuvieron que sufrir los presos políticos de la repugnante dictadura franquista.
  Raimundo Hurtado no es un intelectual, es un trabajador. Por tanto, esta obra no tiene un valor de ensayo ni pretensiones de sumar un trabajo erudito a los ya existentes, pero leyendo sus páginas uno recibe un testimonio directo de una víctima de las terroríficas cárceles de los años cuarenta; en la cubierta trasera podemos leer que el hombre que nos cuenta su historia en estas páginas es un superviviente que supera, a lo largo de tres centros de detención (Buenavista, Gobernación y Fomento) y cuatro cárceles (San Antón, Comendadoras, Porlier y Guadalajara) fiebres, ictericia, una herida infectada, palizas, hambre extremo (algunos episodios son escalofriantes), experimentos médicos de los nazis, asaltos de fascistas a la cárcel de Guadalajara pidiendo la cabeza de los rojos, ejecuciones elegidas al azar, y hasta llega a estar ante un pelotón de fusilamiento viviendo todavía seis décadas para contarlo. O sea, un héroe de los de verdad, no un héroe de diseño de Hollywood. En sus páginas aparecen compañeros de cárcel como Marcos Ana, otro héroe al que dedica cariñosas palabras, anécdotas inolvidables por lo duras o por lo entrañables, en un medio de extremada inclemencia.
  Ya no es posible felicitar a Raimundo, que no está entre nosotros, pero sí a su nieto, al que debemos poder leer este valiosísimo testimonio.