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Tremenda Amparitxu

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J.M. Martín Medem
 

  Cuando compres flores amarillas en la “Prospe”, acuérdate de Amparitxu Gastón. Cincuenta años resistió en el barrio: en la calle contra la dictadura del franquismo, y en su casa contra el olvido de los que después se desprendieron del poeta y, mucho más, de la viuda. Con flores amarillas celebrábamos el cariño y el respeto de los amparitxu.jpgamigos de Casa Emilio y del Balboa, buscando por los buenos bares de la vecindad el oleaje de San Sebastián que tanto necesitaban.
 Flores amarillas porque ardían con la ternura de su novio y enemigo, su bronca y su compañero: el “caballerito” del que destiló al mejor poeta de la solidaridad. Se tiraban las flores a la cabeza y se tiraban de cabeza a las flores cargadas de futuro. No es fácil ser la pelea de un combatiente. No se puede olvidar que lo que se quiere no siempre se disfruta. Y no es justo que la recuerdes sólo por ser su viuda cuando, en realidad, Gabriel es un poeta cargado de Amparitxu.
  Al poeta lo enturbiaron por escribir tan humanamente: “escribiría un poema perfecto si no fuera indecente hacerlo en estos tiempos". A ella, por vivir con él para que pudiera vivir de esa manera. Habría vivido con un poeta perfecto si no hubiera sido indecente hacerlo en aquellos tiempos. Por dentro no todo eran flores. Por fuera, pocas flores les regalaban. No es fácil vivir entre todos siendo imperfectos.
  Pero vale la pena si anunciamos algo nuevo. “A Gabriel, el de mi anunciación”, así le dedicó Amparitxu a Celaya su poemario “A Flor de Labio” (*):

He ido por el mundo con un ansia vivísima
de agrupar en ramilletes sus bellezas
y de preguntar a las violetas
por qué son tan pequeñas y tan tristes.
He deseado saber por qué las magnolias
están formadas de besos olvidados
en los parques
y las camelias son novias que
no han existido y han amado.
He preguntado siempre dulcemente
y no me han contestado.
Con la cabeza oculta entre las flores,
he llorado mi llanto.
Me he sentido con un alma de planta.
Mi cuerpo se ha cubierto
de células templadas.
Y ahora empiezo a saber lo que es la vida
y recojo en lo secreto gritos y ansias.

  Abierta y complicada, vasca y madrileña, enorme y encogida, con tantas vueltas y avenidas, Amparo Gastón Echeverría fue con su hermano a la cárcel, con el poeta a la gloria y a la envidia, en la vida como pudo y al final entre muy pocos. En su casa de la “Prospe” hay una placa popular dedicada a un poeta que en su boina lleva, como en un velero, a la mujer que le empujó a atreverse cuando coincidieron sobre el peligroso escaparate de una librería. Al pasar por delante de su portal, fíjate si tienen flores amarillas: es la señal de que puedes contar con ellos para no resignarte y vivir humanamente, de que puedes cantar como le gusta a Amparitxu, para que todos sepan que, cuando buscaban a la viuda de un gran poeta, encontraron a una mujer de tremenda encarnadura.